lunes, 29 de enero de 2024

Un cristo erótico

Efe/David Arjona

Me divierte la polémica ante este cartel sevillano de Salustiano García porque ello demuestra que cada uno proyecta sobre Jesús de Nazareth sus propias perspectivas y, en realidad, confirma que es un personaje inventado por nuestra imaginación y que ha sido transformado y moldeado por una evolución que comenzó tras su muerte infame, pero de ella volvió divinizado por sus seguidores en una suerte de segunda vida de una dimensión extraordinaria. Los sevillanos se toman su tradición religiosa muy en serio, la prueba es este cartel que ha levantado suspicacias y sentimientos ofendidos por el presunto efebo homoerótico que ha sido su referente. El gran problema es su belleza, su blancura, su erotismo que lo hace objeto del deseo, y más teniendo un modelo real al que vemos en la imagen que acompaña este comentario. Se trata de Horacio, el hijo del cartelista. No hay realidad por pequeña que sea que no levante tempestades y polémicas en este país alucinado y cainita. El escándalo es nuestra piedra de toque. No sé si otros países son iguales o es especialidad nuestra. 

 

Pues a mí me gusta el cartel. 

 

Pero el wokismo está muy próximo. 

 

sábado, 27 de enero de 2024

La búsqueda de la felicidad y más allá

                                                                                                 

Parece que es un lugar común el pensar que todos buscamos la felicidad, aunque a veces nos boicoteemos a nosotros mismos proveyendo caminos para la desdicha. Pero eso no lo sabemos, en el fondo buscamos ser felices en cada uno de nuestros pequeños actos, sea con la comida, con los viajes, con las charlas amistosas, con nuestras diversiones, lecturas o aficiones musicales o deportivas. Nos atraen cosas que esperamos que nos hagan felices.     

 

Sin embargo, no todo está tan claro porque en la crónica de las vidas, no sobresalen esos momentos de satisfacción benévola a que nos lleva nuestro instinto de la felicidad. En la vida, hay otros momentos los que se nos imponen y que muchas veces están unidos a una intensa adversidad. Recuerdo la conversación con una amiga que padeció un durísimo cáncer de pecho que recordaba la radio y la cruel quimio que vivió durante cerca de un año. Recordaba con una intensidad cenital la solidaridad entre las mujeres que se reunieron en la quimio para afrontar la dureza del tratamiento. Se creó un vínculo entre ellas de una dimensión muy profunda y mi amiga lo recordaba como un proceso luminoso que acabó, de momento, bien. Y en la misma dirección, he leído vivencias de prisioneras del gulag soviético al que fueron llevadas por Stalin en condiciones límite a más de cincuenta o sesenta grados bajo cero. Y cuando lograron salir de allí, lo que recordaban luminosamente era la experiencia de la solidaridad y la generosidad entre las prisioneras, todo vivido con una intensidad que no se volvió a repetir en sus vidas. 

 

También en la guerra se da esa camaradería profunda entre combatientes, de modo que los momentos experimentados en acciones bélicas ocupan un lugar inenarrable e imposible de transmitir a nadie que no haya vivido aquello. Y, de hecho, los exsoldados no quieren hablar de lo que vivieron porque nadie lo podría comprender, y en consecuencia, la vida normal es anodina frente a acontecimientos de una fuerza inexplicable, y se vuelve a ellos de modo instintivo para reencontrarse con experiencias límite. 

 

No ha habido en mi vida situaciones de tal envergadura, pero presiento por algunos pálpitos que en las vivencias extremas el ser humano se ahonda y llega a fronteras inexplicables, aunque muchas veces dichas fronteras están marcadas por el dolor más radical. 

 

Parece que en la vida nos habituamos a la rutina y amamos la rutina como una experiencia tranquilizadora, no nos apetece salir demasiado de nuestros goznes vitales y tener la sensación de que podemos controlar nuestros parámetros. Sin embargo, son aquellas posibilidades que estallan con el dolor o la tensión extrema, o el miedo abismal o la desesperación más aguda, las que nos abren territorios inexplorados y abiertos a la profundidad más incierta. El riesgo nos hace vivir intensamente. Tal vez por eso, gustan experiencias que parecen ponernos en vértices intimidantes. 

 

Los pasajeros del avión que cayó en los Andes y vivieron setenta y un días en el límite, jamás podrán olvidar aquello que vivieron y para ellos será el momento cenital de su vida, nada habrá que pueda comparárselo. Todo lo que han vivido después será un pálido reflejo de lo que pasó en la sociedad de la nieve donde tuvieron que elegir entre un tabú cultural -la antropofagia- y morir simplemente. 

 

Hay etapas de mi vida que fueron inmensamente desdichadas. Muy de niño, tuve que soportar la presión de un dolor gigantesco. Sin embargo, no envidio lo que pudiera haber sido una infancia feliz porque tan pequeñito tuve la ocasión de entrar en una especie de Auschwitz emocional que me llevó a ver vértices de la vida inalcanzables para una experiencia normal. No reprocho nada a nadie, aquello fue así y me hizo ser como soy para bien y para mal. 

 

El ideal de una vida placentera, sin extremos, parece ser nuestro norte existencial, y lo entiendo, pero la profundidad de la dimensión humana está más allá de estereotipos. Recuerdo la experiencia de la ilustradora Laurie Lipton que fue violada a los cinco años. Para ella aquello fue horroroso y supuso un dolor que ha trabajado en sus dibujos a lo largo de su vida, y estos tienen una fuerza cósmica aterradora. Laurie Lipton agradece a su violador porque le hizo artista, dice en una entrevista, le abrió un universo de sufrimiento y profundidad que no se le hubiera hecho patente de ninguna otra forma. 

 

El mismo Dostoievski vivió una experiencia terrible cuando le pusieron ante el pelotón de ejecución y en el último momento le conmutaron la pena por la de presidio y deportación durante siete años. Aquello le cambió la vida, y le transformó profundamente. Ya no volvió a ser el mismo. El escritor que volvió de Siberia era profundamente cristiano porque había hallado en Cristo un ejemplo de sufrimiento extremo con el cual se identificó como ser humano. 

 

Podría extenderme mucho más pero no quiero abrumar a los lectores de este blog. Solo quiero dejar claro que la vida en su dimensión profunda va unida a hechos o situaciones que no deseamos, ¿quién las va a desear? ¿Quién va a desear que lo deporten o tener cáncer o que le torturen o quedarse perdidos en los Andes? Sin embargo, la vida es enigmática y puede mostrar caminos en la más absoluta desolación y en el más agudo sufrimiento. Cuando alguien me exhibe sus placeres cotidianos, siento alegría por esa persona, pero sé que hay algo que está más allá. 

 

martes, 23 de enero de 2024

Fotografía callejera


Hace unos años me dediqué a la fotografía callejera. Salía con mi cámara para dejarme sorprender por la vida de Barcelona. En cada rincón, en cada plaza, en cada esquina, había motivos para disparar y luego efectuar una selección que es la que os ofrezco aquí de una tarde de hace diez años. 

viernes, 19 de enero de 2024

La invención de Jesús de Nazareth

Estoy leyendo La invención de Jesús de Nazareth de Fernando Bermejo Rubio, un estudioso y pensador de la Biblia, incluido el Nuevo Testamento, que analiza críticamente el contenido de los Evangelios en los que se impone la figura de Jesús de Nazareth como líder político antirromano, motivo por el que fue crucificado, una muerte deshonrosa y humillante. Los crucificados con él en el Gólgota eran compañeros de rebelión insurgente y no bandidos -el buen ladrón y el mal ladrón-. Fernando Bermejo basándose en los conocimientos que tenemos del siglo I en el Israel ocupado por Roma, además de las rebeliones judías contra el poder romano, recrea y reconstruye la imagen del Galileo que se enfrentó a Roma basándose en la idea del Reino de Dios, opuesto al poder existente. 

 

Sus contemporáneos vieron el él un representante de un valor religioso que los llevó a crear la idea del Mesías. Es prodigioso rehacer el camino por que un hombre destacado políticamente es elevado a emblema y símbolo de la divinidad y que, posteriormente, los Evangelios escritos por hombres que quisieron disimular u ocultar el carácter antirromano de Jesús, lo convirtieron en un hombre -divinizado posteriormente- que resucitó al tercer día tras su ejecución. 

 

Hoy día, veintiún siglos después, ya no creemos en Occidente en poderes divinos o sagrados. Hemos dejado de creer y somos totalmente escépticos respecto a todo lo que signifique religiosidad o reconocimiento de una realidad trascendente. Me asombra que en el siglo I de nuestra era común, un hombre fuera elevado a la categoría de símbolo que transformara la historia del mundo. Es fascinante, y su figura fue reeleborada por sus discípulos, empezando por Pablo de Tarso, los evangelistas, los concilios, los padres de la Iglesia, filósofos que siguieron la senda evangélica intentando desentrañar el misterio del galileo. 

 

¿Hoy en qué creemos cuando la realidad es que no creemos en nada? Un bloguero amigo publicaba en su blog que la única realidad que sabemos es que moriremos puesto que hemos nacido. Es nuestra única constatación real de nuestra vida, y todo lo demás son creencias, ligeras convicciones, hábitos, tristezas o alegrías, desesperanzas, y nos basamos esencialmente en el poder del dinero, en el consumo, en los centros comerciales, en los estadios deportivos, en la política, en que nos suban las pensiones y alcanzar los noventa sin especial deterioro para tener posteriormente un funeral de doce minutos en que en un tanatorio posmoderno se hable de nosotros en la gran ciudad sin mayor historia o significado tras una vida más o menos afortunada y llena o vacía de avatares diversos. 

 

Hemos perdido totalmente la noción de trascendencia. Las historias del pasado nos parecen ridículas y proyectamos nuestra cosmovisión escéptica acerca de lo sagrado en toda la historia de la humanidad sin tener claros nuestros valores, más allá de que nos suban la pensión el gobierno de turno y del poder de la tecnología o de la ciencia que es el eje de nuestra penetración en el mundo. 

 

Antes eran ingenuos -pensamos- pero ahora tenemos el colmillo retorcido y nos es imposible creer en nada. Es nuestro mal endémico y congénito. Ahora todo son estadísticas y estudios de opinión, todo es tecnología, burocracia, Inteligencia artificial, y es esencialmente deshumanización lo que vivimos. 

 

En el siglo I se erigió un mito -algunos dudan de si existió realmente el Galileo- en el que estoy metido desentrañando la mitificación de un hombre singular que se convirtió en un líder religioso que transformó la historia del mundo, el arte, la filosofía, la música... hasta que siglos después la mayoría se puso de acuerdo en que todo aquello era inventado, absurdo, carecía de sentido y los evangelios eran fruto humano en que se proyectó un material bíblico para crear la realidad divina de un hombre al que se le impuso el mito frente a su realidad concreta. 

sábado, 13 de enero de 2024

El ejercicio del diario

Convertir la propia vida en una historia narrada día a día es una tarea apasionante, aunque el resultado sea una relación pedestre de pequeños actos sin mayor trascendencia y que, leídos posteriormente, años después, no logran reconstruir los momentos vividos en aquel presente en que se contaron. Uno puede intentar levantar la estructura de un día, con sus anécdotas, pensamientos, miedos e inquietudes que lo jalonan, pero es imposible volver a él mediante la lectura, porque lo que leemos es un pálido remedo de realidad, aunque hayamos sido exhaustivos en nuestro relato cotidiano. No es posible volver al tiempo perdido, por más que lo pintemos y decoremos con detalles de realismo sensorial. No solo soy un escritor de diarios, sino que también soy lector de los diarios pasados, lo que es una actividad diferente que me relaja y me entretiene. Puedo leer las angustias y terrores del pasado sin que de nuevo me sumerja en ellas: soy una suerte de observador externo que asiste a relatos diferidos que ya no me conmueven porque mi momento es diferente. El momento de la lectura es otro. Y surge el contraste entre un presente tranquilo y un día evocado trágico y desasosegante. Hay sorpresa por la recuperación insólita de unos momentos aciagos pero no identificación. Por otra parte, la vida nos somete a relatos sucesivos de días que siguen unos a otros pero sin relación de continuidad. La citada continuidad es una leyenda urbana tal como la de las cucarachas que compran criptomonedas. No hay continuidad, vivimos instantes consecutivos, pero inarticulados. No constituyen una unidad por más que en el relato del día a día diarístico pretendamos referir procesos y secuencias, que no son más que una fantasía. La vida se compone de microinstantes y momentos de vacío entre ellos. Y cuando se releen faltan esos vacíos interestelares como el material genético basura que asciende al noventa por ciento y que no contiene información. Un diario es solo una sucesión de momentos destacados, fragmentos de conversaciones, de pensamientos, de comidas, de acciones, de lecturas, de aprensiones y miedos, de ocultaciones -un diario tiene mucho de encubrimiento por verídico que sea-, de impostación, de fingimiento... 

 

domingo, 7 de enero de 2024

Ya estábamos allí

He dedicado mucho esfuerzo en intentar recuperar los primeros recuerdos infantiles en torno a los tres años y sobre todo entre los cuatro y los seis primeros dígitos de mi vida. La ciencia desconoce por qué se produce un fenómeno al que se llama “amnesia infantil” por la que parece que hemos olvidado todo lo relativo a nuestros primeros años, sea porque el cerebro es todavía inmaduro o porque, según expresó Freud, dichos recuerdos son reprimidos por el consciente dada su naturaleza psicosexual. 

 

Es un territorio que me fascina, y hay bastante fundamento para pensar que lo que somos posteriormente está ya forjado en esos primeros años. Algo así como que nacemos ya formados para luego desaprender. 

 

El niño que era a los cinco años lo tengo muy vivo y a veces siento que nos comunicamos por un túnel cuántico. Si yo pudiera acercarme a aquel niño que fui, no podría ayudarle en nada, pero lo observaría de cerca y vería que yo ya estaba allí... 

 

La capacidad de asombro, de amor, de odio, de sufrimiento, de miedo, de tristeza, de inteligencia, ya estaban allí. Yo no soy sino eso mismo que era, aunque parezca que lo he olvidado... 

martes, 2 de enero de 2024

El presente demográfico


Según recientes estudios demográficos, la familia ha mutado profundamente en el mundo y especialmente en países desarrollados dentro de los que está España que junto con Italia y Japón destaca en la menor tasa de natalidad mundial. 

 

Esto es algo que pensaba en la Nochebuena de mi familia política donde nos juntamos veintiocho personas, pero solo había un niño de tres años. La siguiente generación es de veintisiete años como más jóvenes. El resto de "jóvenes" eran cuarentañeros. La otra mesa de celebración éramos los mayores donde abundaban los de sesenta y setenta años. 

 

Yago, el niño, estaba solito entre mayores y era mimado y sus gracias reídas por todo el mundo que lo atosigaba por ser una rara avis en un mundo de todos adultos. Suerte que había dos perros que daban un aire diferente a la cena. 

 

Las familias han cambiado en poco menos de treinta o cuarenta años. Apenas hay niños, y en todo caso, hijos únicos que crecen hiperprotegidos por sus padres, si es que existe la familia de dos miembros y no se ha roto. Ha crecido el número de ancianos y no es raro que en una familia haya abuelos o bisabuelos de noventa años. Las pastillas que tomamos para la tensión, el azúcar, el colesterol, etc, etc, logran que la vida se alargue de un modo significativo. 

 

Las mujeres en una parte considerable, sea por el motivo que sea, han decidido no tener hijos o, en todo caso, retrasan la maternidad en torno a los treinta y cinco o cuarenta años. Los niños, en consecuencia, son una realidad cada vez más escasa, y el futuro de la sociedad será que se alargará la vida pero no habrá apenas relaciones familiares de hermanos, sobrinos, hijos que pudieran cuidar a los ancianos, de modo que infinidad de mujeres en un futuro, se quedarán totalmente solas sin hijos o hijas que las pudieran cuidar, tal como hemos cuidado a mi suegra hasta que ha fallecido y que ha podido tener una vida digna, rodeada de personas que la querían. Sin duda, estas generaciones que vendrán, que están viniendo, envejecerán y tendrán que ser atendidos en residencias  de ancianos sin el calor de hijos o nietos que no habrán nacido. 

 

Es una tendencia mundial. La familia se ha estrechado en número de personas ligadas por lazos consanguíneos o políticos. Y ha aumentado la presencia de abuelos o bisabuelos así como la distancia entre generaciones. En España en concreto en una década se ha perdido un millón de niños menores de diez años. 

 

La consecuencia más clara de esta deriva generalizada es el envejecimiento en soledad o en residencias y la escasez de niños que son los que crearían dinámicas renovadoras y alternativas, así como imaginación y frescura. Y estos niños, los pocos que nacerán, serán únicos y con todo lo que implica esto de falta de competencia en casa y sentimiento de ser los reyes a los que todo se debe. 

 

Las escuelas infantiles serán cada vez menos frecuentes y la sociedad envejecerá de modo que en 2050, más de la mitad de la población será mayor de sesenta años. El modo en que se pagarán las pensiones es un enigma pero ya los jóvenes son conscientes de que no habrá pensiones, ese pesimismo se ha extendido, de igual modo que también una parte importante se saben incapaces de acceder a una vivienda propia si no son los padres los que se la faciliten. 

 

Este es el presente demográfico y el futuro no es ciertamente esperanzador. Este es un problema real del que apenas se está hablando y las perspectivas no son buenas, nada buenas. 

Gatos

Nos echamos la siesta y leo  Filosofía felina  de John Gray. Los gatos son solitarios y no se pasan la vida pensando en sí mismos y en que h...