La maniobra de Pedro Sánchez es muy peligrosa para España. Pretende salir en defensa de su mujer, Begoña Gómez, acusada de corrupción y tráfico de influencias, además de tener una cátedra en la universidad sin ningún mérito académico. Pero Sánchez no ha dicho que su esposa es inocente de los cargos que se le imputan, no, ha dicho que quien la acusa es un sindicato ultraderechista. No ha negado los cargos sino la identidad de los denunciantes, como si este no fuera un país en que todas las tendencias políticas tienen el mismo derecho a existir y a plantear sus denuncias. ¿Por qué la ultraderecha tiene menos derechos que la ultraizquierda y los separatistas? ¿Por qué a unos se los considera parte del sistema y a otros se los excluye como si fueran apestados? No lo entiendo, pero lo que sí sé es que la figura de Sánchez divide profundamente a los españoles en tendencias fratricidas que se convierten en incompatibles. Sánchez es un presidente tóxico porque nos enfrenta y porque se hace eje absoluto de lo que es bueno y de lo que es malo. Necesitamos un presidente menos personalista, al que no haya que seguir como seguidores de un gurú que nos da identidad. Se pretende perseguido por la derecha y la ultraderecha y él se cree investido de una legitimidad que no le han dado las urnas, pero sí los pactos posteriores. Pienso que Sánchez es malo para la democracia porque es un elemento en el que estás con él o estás contra él, como si fuera un elemento moral incontrovertible que representara el progreso y las causas verdaderas de la izquierda, aplastando a la derecha que no tendría derecho moral a existir.
Sánchez anhelaría vivir en una Venezuela como la de Maduro o en Nicaragua o en Cuba, vivir sin oposición, pero todavía no puede aplastar al poder judicial calificado por sus adláteres como fascista. Más de media España es considerada fascista en su entramado mental, tan peligroso como fratricida. La oposición y la prensa contraria a él son considerados ultraderechistas, incluidos Felipe González o Alfonso Guerra que denuncian la realidad de nuestro momento histórico. Fernando Savater no se cansa de analizar el sanchismo y su conclusión es demoledora. Todos los que nos oponemos a Sánchez somos fascistas. Y sus partidarios en el partido socialista han de salir a defender al líder como si de un yogui se tratara.
Es un personaje siniestro que nos divide. Es un personaje tóxico que nos hace adorarle u odiarle. Y eso es malo para la democracia. El eje de todo esto, ahora es Begoña Gómez, el que se ha revelado el talón de Aquiles de un hombre que se cree investido para la ambición de cambiar la historia y de volver a enfrentarnos a los españoles.
Sánchez, vete.