Son días pausados de semana santa en que se recrea la historia de Jesús de Nazaret, el mito de un hombre concreto e histórico -del que se sabe muy poco- y que fue reinventado posteriormente por escritos que asumieron el carácter de sagrados que ficcionaron su vida y lo convirtieron en un hombre-Dios transformando su realidad histórica de líder antirromano y representante de un renacer judío para traer el reino de Dios a su pueblo de Israel. Sus primeros seguidores, los ebionitas, no lo consideraron Dios, sino un hombre singular que seguía la ley mosaica. Negaban su divinidad y que preexistiera, aunque lo consideraban mesías. Era la congregación de los pobres y veían en la pobreza una bendición.
La derivación del mito de Jesús, totalmente reconvertida por Pablo de Tarso y sus evangelistas lo llevaron a ser antijudío y ocultaron su característica de líder de un movimiento político y religioso antirromano. En ese carácter antijudío se ha fundamentado la iglesia que derivó de su interpretación sesgada convirtiéndose en una institución antisemita. Pero la gran paradoja es que Jesús de Nazaret era judío hasta la médula y nunca pretendió romper con el judaísmo. Ni sus enemigos fueron los escribas y fariseos, sino los romanos que veían en él a un potencial enemigo que amenazaba la paz del imperio, y, por eso, lo crucificaron, no entre dos ladrones sino entre otros partidarios suyos.
La invención de Jesús de Nazaret como Dios fue construida posteriormente y declarada dogma de fe por el concilio de Nicea en el año 325 aunque en dicho concilio hubo una profunda división entre la corriente dominante y los arrianos que no consideraban Dios a Jesús. Los arrianistas fueron perseguidos sangrientamente por la iglesia vencedora en el concilio.
Jesús convertido en Jesucristo -que ha resucitado entre los muertos y Dios-Hombre, se convirtió en el mito más exitoso de la historia y ha dado forma a una civilización occidental, a sus creencias, a su arte y a su literatura.
En estas fechas, en una sociedad crecientemente arreligiosa, se celebran esos días entre la entrada triunfal en Jerusalem, la última cena, la detención y flagelación de Jesús, así como su muerte mitificada, y lo más sorprendente, su resurrección posterior que se celebra mañana.
Las interpretaciones de este mito han sido innumerables y su realidad histórica se ha olvidado totalmente recreada por sus exegetas y algunos de sus seguidores.
Su realidad es pura literatura y supone el triunfo absoluto de un mito que vertebra la historia de occidente y divide el tiempo histórico antes de su nacimiento y posterior a él. Las personas de cierta edad hemos sido educadas en torno a una religión que tenían como eje el pecado y la pulsión de castigo, algo que las nuevas generaciones han dejado atrás igual que es generalizado el desconocimiento de las bases de nuestra cultura, desde la Biblia, a los poemas místicos de Juan de la Cruz o los iconos medievales rusos o los pórticos de las catedrales e iglesias de los pueblos. Yo me crie con imágenes religiosas que me aportaron algo interesante además de la idea de pecado y castigo -que me afligieron gravemente- y es la idea de trascendencia, la concepción de que hay un mundo que está más allá del material y que da fondo y forma a una tradición artística, mística y espiritual que sin esa base, se queda en una civilización plana, hedonista y superficial.
Mal que nos pese, el mito de Jesús de Nazaret y su cristología, aun a pesar de su literaturización, ha creado algunas de las mejores páginas y obras artísticas de nuestra civilización. Por ejemplo, el cristo de Carrizo, por ejemplo, el cristo que subyugaba a Dostoievski, el de Holbein. Por no mencionar a Bach. El cristianismo, pese a su poder represor y sanguinario, ha alumbrado a seres hacia la luz, y fuera de esta, nos quedamos huérfanos de una tradición que conforme nuestra existencia, vaciados en la nada y en la banalidad.