jueves, 5 de octubre de 2023

La expansión de la conciencia


Este verano tuve ocasión de experimentar una de las dos moléculas activas que producen alucinaciones. Una es el LSD y otra es la psilocibina, que se encuentra en algunos hongos que han sido ingeridos hace cientos de años por parte de pueblos indígenas de México y America central como un elemento religioso. 

 

No voy a hablar hoy de mi experiencia con la psilocibina sino del increíble panorama que se abrió en 1948 con el descubrimiento por azar de Albert Hofmann de la dietilamida del ácido lisérgico, el famoso LSD que se convirtió en mítico en los años sesenta en la revolución contracultural en Estados Unidos. Aquel descubrimiento fue poco antes de que se dividiera un átomo de uranio por primera vez. El impacto fue extraordinario porque fue unido a la revolución en el estudio de la cognición que comenzó en la década de 1950 al descubrir los científicos el papel de los neurotransmisores en el funcionamiento del cerebro. El LSD podía producir síntomas similares a la psicosis, lo que estimuló a buscar la base neuroquímica de los trastornos mentales cuyo origen antes se creía de orden psicológico. Paralelamente los fármacos psicodélicos -como fueron llamados- se utilizaron en psicoterapia para tratar trastornos como el alcoholismo, la ansiedad y la depresión. Cientos de programas en Estados Unidos, Canadá y Europa investigaron el efecto de estas sustancias en muchas enfermedades con resultados alentadores y se llegaron a concebir como medicamentos milagrosos. Su investigación se dirigió también a buscar vínculos entre el cerebro y la mente para desentrañar misterios de la conciencia. Su uso con voluntarios en dosis calibradas alteraban profundamente la conciencia diluyéndola y ocasionando experiencias místicas. 

 

La idea de los sesenta de que estas sustancias servían para expandir la conciencia no resultaba nada exagerada. Estos fármacos no afectaban dos veces igual a un mismo individuo ni de la misma forma a personas distintas. Todo tenía que ver con el escenario, el marco mental en que se encontrara el voluntario. 

 

Los investigadores se dieron cuenta de que estas sustancias servían para comprender la mente e incluso cambiarla. De hecho, el compuesto activo de los hongos alucinógenos -la psilocibina- servía para ayudar a enfermos de cáncer y lidiar con la angustia existencial ante la proximidad de la muerte. Muchos enfermos informaron que en el curso de un solo viaje psicodélico guiado reconcibieron cómo veían su cáncer y la perspectiva de morir. Un efecto es que algunos de ellos afirmaron que habían perdido por completo el miedo a la muerte al acceder a estados místicos, trascendiendo la identificación con sus cuerpos y experimentar estados libres de yo. 

 

Una consecuencia de la administración de psilocibina o LSD fue que daba una idea de cómo perciben el mundo los niños pequeños. Nuestro cerebro adulto tiene infinidad de patrones y conjeturas preestablecidas, como decíamos el otro día que nos lleva a pensar que todo lo hemos vivido ya, o que lo sabemos todo. Estas sustancias desactivan las convenciones de percepción restaurando una realidad infantil y la sensación de maravillarse en la experiencia de la realidad viéndolo todo como si fuera la primera vez. 

 

Las perspectivas eran increíblemente positivas. El problema fue que la contracultura de los años sesenta y en especial el profeta Timoty Leary difundió el uso recreativo del LSD para ponerlo al alcance de todos como un elemento revolucionario para transformar y extender la conciencia. Rompió el esquema académico de la investigación del LSD para llevarlo a toda la sociedad en un tiempo en que Estados Unidos estaba implicado en una guerra terrible, la guerra de Vietnam, y, claro, los jóvenes tras una dosis de ácido lisérgico quedaban transformados y lo último que querían era ir a combatir a las ciénagas vietnamitas. Leary fue acusado de corromper a la juventud americana y se llegó a la prohibición total de la experimentación de todo tipo de sustancias psicodélicas que quedaron proscritas en la legislación americana como malditas. Esta prohibición afectó a cientos de programas de investigación en hospitales para el uso terapéutico de esta droga enteógena como así fue llamada. Fue una maldición y frenó terapias muy positivas que estaban teniendo lugar así como la comprensión de la mente y la conciencia. 

 

A partir del nuevo siglo, se ha abierto tímidamente la mano para la investigación con muchas precauciones del LSD y la psilocibina. En Barcelona hay tratamientos para la depresión con psilocibina saliendo del esquema clásico de antidepresivos, ansiolíticos y antipsicóticos. El problema siempre es el mismo. Se puede entender el uso terapéutico pero en cuanto se habla de uso recreativo se activan todas las alarmas. 

 

7 comentarios:

  1. Aquí planteas otra disyuntiva a la Bioética: Se puede entender el uso terapéutico, pero en cuanto se habla de uso recreativo se activan todas las alarmas.
    Creo que cada persona es un mundo, y un mundo complejo, además. Que lo que uno puede aceptar como válido puede ser inviable en otra persona. Que nos rodean multitud de pre-juicios y que desconocemos muchas de las cosas que damos por válidas.
    Tengo alguna información del uso terapéutico del cannabis, se habló en muchas ocasiones de ello en alguna clase de Filosofía, y entre el alumnado había criterios dispares, cosa que me llamaba la atención.
    No puedo opinar en profundidad, sólo de soslayo, y este es un tema para personas que nos puedan decir si les ha sido válido el tratamiento con esta terapia o no. Tengo entendido de que es positiva en muchos aspectos, pero insisto, hablo de oídas.
    Lo que está claro es que no me cierro a ningún tratamiento antidepresivo si el resultado para el paciente es positivo, porque al fin de cuentas lo importante es la persona.
    Un abrazo
    Salut

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    1. Lo que más me admira del efecto de estas sustancias es que pueden crear una relación serena con la muerte. Pienso que muchas personas enfermas podrían ser ayudadas en este sentido. Además producen unos estados místicos, próximos a lo religioso, que contribuyen a dotar de sentido a la vida. En cuanto al uso recreativo es más problemático. En Estados Unidos se extendió el uso del LSD en viajes masivamente. No sé cómo evolucionaron esas generaciones. Un abrazo, Miquel.

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  2. Aprecio sinceramente tu comentario, hecho en primera persona y con aportaciones importantes que hacen ver que conoces la cuestión. He leído un libro muy interesante titulado Cómo cambiar tu mente del autor Michael Pollan en que hace un recorrido histórico por las drogas llamadas psicodélicas no por otras, y que fueron frecuentadas históricamente por comunidades indígenas en sus ritos de encuentro con el misterio, porque de eso se trata. Dices que la mejor droga es la Vida y estoy de acuerdo, pero lo dice una persona que ha experimentado con todo tipo de drogas, según nos cuentas. Tal vez, esas drogas psicodélicas te abrieron campos de visión que no hubieras alcanzado de otro modo. A la vida común, la que vivimos todos, le faltan espacios de comunión con la naturaleza, con el misticismo, con el sentido sagrado de la existencia. Y es eso lo que experiencias con el LSD y la psilocibina o la ayahuasca proporcionan. La vida en sí misma es banal, demasiado concreta... Si uno no es capaz de traspasar esa barrera de materialidad, sea del modo que sea -con las experiencias en la naturaleza, las lecturas, el esfuerzo, la dimensión cósmica, las drogas-, me temo que una vida sin ese componente está apegada simplemente a la tierra, al consumismo, a la trivialidad. Hay que despertar la posibilidad de soñar, de imaginar o vivir otras dimensiones, esto es algo que puede conseguirse mediante muchas formas -los viajes, mirar el firmamento por la noche, el amor, la mística...-. Un ser humano que no haya experimentado el lado sagrado de la existencia se ve truncado. No vale eso de que las drogas son malas para evitar su consumo. Yo sugiero un uso controlado de sustancias enteógenas como medio de acceder a otros estados de conciencia que no se pueden alcanzar mediante la vida normal. De hecho, las drogas, no psicodélicas, incluido el alcohol, están sumamente extendidas. Pienso que de una forma u otra, queremos llegar a otras formas de entender la existencia, puesto que ésta, a palo seco, es, en medio de una sociedad materialista, es terriblemente plana. Yo apuesto por el uso controlado de drogas psicodélicas. Tú las has probado y hablas desde esa atalaya para decir que la mejor droga es la Vida, pero las has conocido. Tu visión es muy interesante para hacernos ver el otro lado. Saludos.

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  3. Quería añadir que una persona que viviera sin atreverse a vivir, por el miedo a ser, eludiendo cualquier aventura profunda, su vida sería una triste vida. Una vida da para mucho. Gracias, Daniel.

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  4. Entiendo que sobre este tema existen diferentes puntos de vista al respecto, y que no hay una respuesta fácil ni definitiva. Está el valor científico y clínico de la investigación con sustancias psicodélicas, que ha demostrado su potencial para tratar diversas patologías mentales, como la depresión, el estrés postraumático o las adicciones. Estas sustancias pueden ofrecer una alternativa o un complemento a los tratamientos convencionales, que no siempre son efectivos o suficientes para todos los casos. Además, pueden facilitar procesos de cambio y crecimiento personal, al inducir experiencias profundas y significativas.

    Por otro lado, pienso que hay que ser conscientes de los riesgos y las limitaciones del uso recreativo de las sustancias psicodélicas, que puede tener consecuencias negativas para la salud física y mental de las personas. Estas sustancias pueden provocar efectos adversos, como ansiedad, pánico, paranoia, psicosis o adicción. También pueden interactuar con otras drogas o medicamentos, o estar contraindicadas para personas con ciertas condiciones médicas o psicológicas. Además, pueden generar experiencias desagradables o traumáticas, si no se consumen en un contexto adecuado, con una preparación previa, un acompañamiento profesional y un seguimiento posterior.

    El uso recreativo de las sustancias psicodélicas frente al uso terapéutico precisa de una responsabilidad individual y colectiva, aunque entiendo que es posible disfrutar de las experiencias psicodélicas sin poner en peligro la salud propia o ajena, sin trivializar ni banalizar el valor terapéutico y espiritual de estas sustancias.

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    1. Tu comentario está tan fundamentado y bien expuesto que no me queda sino proponerte cuando nos veamos tomarnos juntos una dosis de hongos alucinógenos y ponernos música de Arvo Pärt de fondo y, si cabe o si podemos, leer algunos textos del autor místico que ha sido premiado con el Nobel este año: Jon Fosse. ¿Te atreves? Podría ser el origen de un nuevo libro...

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  5. Es una invitación que no puedo rechazar. Hecho.

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El sentido de la historia